Un pequeño reloj de péndulo está provisto de un grifo por el que, al marcar las horas, manan piedras blancas y negras que caen a un cacillo, donde componen figuras geométricas, se fragmentan y reagrupan, al compás de una música mecánica. Horas después, las piedras se desmenuzan y la grava resultante esboza figuras humanas que se besan y se devoran.