Director de cine francés, nacido en Suresnes. Con apenas dieciséis años, y recién finalizados sus estudios secundarios, rueda su primer cortometraje, y muy poco después empieza a colaborar como cronista cinematográfico en distintos diarios así como en la prestigiosa Cahiers du Cinèma. Es precisamente esta revista la que le sirve como plataforma para darse a conocer, y la que apoyará su carrera desde el principio y de manera incondicional. Hasta sus exabruptos contra el conjunto del cine que se hace, del que manifiesta estar asqueado, serán a partir de ese momento contemplados por parte del público y de la crítica internacionales como diagnósticos sinceros de un genio llamado a convertirse en el cineasta europeo del siglo XXI. Su debut en el campo del largometraje se produciría con 24 años gracias a Chico conoce chica (1984), donde se parte de la típica estructura de la comedia romántica para contarnos de forma renovadora la historia de siempre. Mezclando varios registros, como el cine experimental, procedimientos de parodia, imágenes de vídeo o manipulaciones sobre la banda de sonido, cuenta la obsesión de un adolescente por una chica a la que ha conocido de manera casual. Ese afán experimentador lleva a Carax a concluir el filme con la ruptura sentimental de la pareja, rodada de distintas maneras y con diferentes diálogos. Amante de lo ornamental, y no tanto de la historia que cuenta, desde Chico conoce chica plantea sofisticadas puestas en escena y cuenta con un grupo de colaboradores habituales que le ayudan en la tarea, como el actor Denis Levant o el director de fotografía Jean-Yves Escoffier. Frente a la oscuridad de su anterior filme opta por la línea clara en Mala sangre (1986), como homenaje directo al dibujante belga de cómic Hergé, creador del personaje de Tintín. El filme cuenta sin embargo la amarga historia de un hombre que roba un virus capaz de provocar la muerte de aquellos que hacen el amor sin quererse verdaderamente. Parábola moralista sobre el SIDA, este filme fue rodado en 18 semanas más de las previstas, lo que contribuyó a encarecer el presupuesto y a dificultar su amortización. Nada comparable, no obstante, con la odisea que supuso Los amantes del Pont-Neuf (1991). Con uno de los más elevados presupuestos de la historia del cine francés, el rodaje duró más de tres años y hubo de ser suspendido en diversas ocasiones por falta de liquidez económica. Saltándose todas las dificultades que iban cruzándose en el camino, Leos Carax fue capaz de superar la quiebra financiera del productor, la prohibición del Ayuntamiento de París para rodar en el mítico puente (que se reconstruyó a escala real en Montpellier), un grave accidente del protagonista o la destrucción completa de los decorados a causa de una tormenta. Los amores de dos vagabundos que duermen en el puente, un tragafuegos y una pintora que se está quedando ciega, mostraban la fascinación de Carax por la estética de la enfermedad, la putrefacción y la suciedad, pero el desastre económico fue definitivo. La fascinación que irradiaban sus imágenes no fue capaz de contrarrestar el fracaso de público.